El aceite usado de cocina es un residuo problemático cuya presencia en el medio puede tener graves consecuencias ambientales: problemas en la depuración de aguas residuales, toxicidad en ecosistemas naturales y, a nivel doméstico, facilita la reproducción de bacterias en las cañerías, las obstruye y causan malos olores.

 

Una de las opciones de gestión más interesantes es su utilización como recurso energético. Mediante una serie de procesos químicos, el aceite usado de cocina puede ser transformado en biodiésel, un carburante con propiedades similares al gasóleo pero con claras ventajas: mejora la lubricación y el rendimiento del motor, son biodegradables y de baja toxicidad, y sobre todo, evitan la emisión de hasta el 90% de gases de efecto invernadero por kilómetro recorrido en comparación con el gasóleo o la gasolina. 

 

Se calcula que el biodiésel producido a partir de aceite usado en cocina puede satisfacer el 1,5% de la demanda de diésel de la Europa de los 27, ayudando a los estados miembros a incorporar un 10% de energías renovables en el sector transporte, de acuerdo con la Directiva 2009/28/CE relativa al fomento de uso de energías renovables.

 

 

 

 

A pesar de ello, la falta de concienciación y la desinformación ciudadana, junto a las dificultades técnicas de recogida de este tipo de aceites llevan a la gran mayoría de consumidores a verterlo directamente a la red de saneamiento urbana. No en vano, se calcula que más del 60% del aceite usado en cocina (UCO) no es eliminado de manera correcta, siendo el sector doméstico la principal fuente de UCOs en los países de la Unión Europea.